Ser madre y neurodivergente: mi historia
Durante gran parte de mi vida sentí que había algo en mí que no encajaba. Desde pequeña viví muchos castigos, incluso físicos, de los adultos a mi alrededor, por no poder ir al ritmo que el sistema educativo esperaba. A pesar de mi inteligencia, no lograba compatibilizarla con el profundo aburrimiento que me generaban las clases.
De adolescente esa tensión se transformó en una urgencia por salir, por no permanecer dentro de las reglas escolares. Eso me llevó a muchos cambios de colegio, a una sensación de estar siempre “fuera de lugar”.
Ya en la adultez, seguí esforzándome. Estudiar me costaba más que a los demás, la maternidad me desafió todavía más y la pareja fue aún más compleja. No es fácil para una persona neurodivergente sostener una relación, no es fácil no aburrirse de todo, no es fácil moverse en un sistema que nunca estuvo diseñado para nosotros.
Hace pocos años escuché por primera vez un término que me permitió ponerle nombre a todo lo que había vivido: neurodivergencia. Comprendí que mi cerebro funciona de otra manera. No peor. No roto. Diferente. Esa diferencia explica las luchas, pero también la creatividad, la sensibilidad y la intensidad con las que transité cada etapa de mi vida.
Hoy entiendo que ser neurodivergente es un camino particular. Nos cuesta organizarnos, nos pesa la exigencia, sentimos la culpa con facilidad. Pero al mismo tiempo, nuestra manera de percibir el mundo nos convierte en un canal único: vemos matices, sentimos con hondura, encontramos soluciones que otros no ven.
Un cerebro neurodivergente no es un “error” ni una “falla”; es un diseño distinto que trae consigo múltiples capacidades. A nivel espiritual, estas mentes funcionan como canales más abiertos: perciben más estímulos, vibraciones y dimensiones de la realidad que otros no registran.
Este exceso de información, en un sistema social rígido, suele verse como dispersión o dificultad para enfocarse. Pero en esencia, es la expresión de una sensibilidad superior, una mente que capta más de lo visible, que conecta con lo sutil y con lo simbólico.
Cuando una persona neurodivergente trae hijos al mundo, muchas veces ellos también heredan esta configuración. Eso no es casualidad: es una cadena de almas que vienen a expandir la conciencia, a mostrar que existen otras formas de percibir, crear y sentir la vida.
Ser neurodivergente, desde lo espiritual, es ser guardián de una antena distinta, una frecuencia que todavía el mundo no sabe valorar del todo, pero que abre caminos para nuevas formas de amor, creatividad y conexión.
Convertirme en terapeuta fue un punto de inflexión en mi vida. En cada proceso que acompaño a otros, también me encuentro conmigo misma: comprendo mejor mi historia, sano heridas profundas y descubro nuevas formas de transformar la diferencia en un don. Ver cómo otras personas se reconocen, se liberan y comienzan a caminar más livianas me confirma que este es mi camino.
Si algo de lo que leíste resuena en ti, si alguna parte de tu historia se parece a la mía, quiero decirte que no estás solo ni sola. Se puede vivir con más calma, se puede soltar la culpa, se puede aprender a amar la manera en que tu mente funciona. Yo estoy aquí para acompañarte en ese proceso.
Te abrazo
Lic. Nancy

